sábado, 31 de diciembre de 2016

Diplomacia (2014)













Título original: Diplomatie
Director: Volker Schlöndorff
Francia/Alemania, 2014, 84 minutos

Diplomacia (2014)

General von Choltitz: ¿Sabe lo que hacemos con los hombres como usted?
Raoul Nordling: ¿Darles una medalla?
General von Choltitz: [Esbozando una sonrisa cínica] Sí, de vez en cuando. [Serio otra vez] Póstumamente...

Lo dice Volker Schlöndorff en el making of: "La diplomacia fue muy utilizada hasta el siglo XIX. En el XX, en cambio, apenas se recurrió a ella en dos o tres ocasiones, porque la mayoría de conflictos se resolvieron mediante la violencia." Y así le fue al mundo...

Película cuya puesta en escena no puede negar sus orígenes teatrales (se trata de una adaptación de la pieza homónima de Cyril Gely), es Diplomacia un filme que por su formato nos hace pensar en el último Polanski, el de Un dios salvaje y La venus de las pieles: nacidos ambos cineastas en la década de los treinta, parece que se sienten cómodos en un tipo de producción más pequeña, más de regreso a las esencias de lo que es (o debería ser) el cine. Lo cual, si bien se mira, resulta lógico, pero no es nuevo en absoluto: nombres ilustres como Mankiewicz optaron por acabar su carrera de un modo similar, como lo prueba La huella (Sleuth, 1972), igualmente adaptación de una pieza teatral para dos actores.

Lo cierto es que ni André Dussollier ni tampoco Niels Arestrup tienen nada que envidiar a Michael Caine y Laurence Olivier: la pareja de actores franceses, como la de ingleses, es de las de raza, ideal para la ocasión. Dominan el oficio hasta tal punto que llegan a meterse en la piel del personaje como si nada. Arestrup se transforma en el general nazi que recibe la orden de dinamitar París en la madrugada del 24 al 25 de agosto de 1944. Dussollier encarna al cónsul sueco encargado de persuadirlo para que desobedezca a sus superiores. El reto parece misión imposible, pero...



Desde el punto de vista retórico, Diplomacia es un tratado de cómo llegar a convencer a alguien, el peor de los enemigos imaginable, mediante argumentos que incitan a pensar en la posteridad, en los propios hijos de von Choltitz, incluso en el arte. Teniendo presente, además, que se trata del mismo militar que previamente ya había destruido Rotterdam y Sebastopol. Nordling se revela, por tanto, como un as de la dialéctica, por lo que no es de extrañar que el personaje posea un cierto hálito de misterio. Ya en su extraña aparición en escena, tras un breve cese del fluido eléctrico, queda claro que estamos ante un ente ligeramente fantasmagórico, capaz de entrar y salir del búnker del gobernador de París a través de pasadizos secretos, maestro en sutiles añagazas y en una socarronería perspicaz que hará perder la paciencia a su oponente en más de una ocasión hasta llevárselo a su terreno.

En fin muchachos, se acaba el año y esta noche, como en la de la película, las habilidades diplomáticas pueden ser enormemente útiles a la hora de lidiar con suegras, cuñados y demás especies endémicas de las cenas de Nochevieja. Ánimo y al toro: siempre nos quedará París, por gentileza de Dietrich von Choltitz y, sobre todo, gracias a la pericia de Raoul Nordling. Feliz entrada de año, no os atragantéis con las uvas y hasta la próxima.

Volker Schlöndorff en el rodaje de Diplomacia

viernes, 30 de diciembre de 2016

Una pastelería en Tokio (2015)




Título original: あん/An
Directora: Naomi Kawase
Japón/Francia/Alemania, 2015, 113 minutos

Una pastelería en Tokio (2015)


Decir que las hojas de los árboles nos están saludando cuando son agitadas por la brisa o que hay que hablarle a las judías para que la receta que preparamos resulte más sabrosa son sólo algunas de las exquisiteces incluidas en Una pastelería en Tokio y que ponen de manifiesto la sutileza del cine de Naomi Kawase. Ya en su anterior largometraje, Aguas tranquilas (Futatsume no mado, 2014), la directora japonesa hacía gala de una sensibilidad fuera de lo común que le ha valido el éxito internacional.

Pero la audacia de su estilo no se limita a lo arriba expuesto, sino que todavía nos depara otras delicadezas en la puesta en escena. Por ejemplo: tan sólo observando si los cerezos que rodean el pequeño local de repostería de Sentarô están floridos o no es posible deducir el paso del tiempo interno del relato. O incluso a través de cómo le crece el pelo al protagonista a lo largo de la película. Así, sin rótulos explicativos, sin subrayados, vemos fluir la existencia. Todo muy zen, muy poético incluso.



Lo sensorial ocupa un lugar privilegiado en Una pastelería en Tokio. De hecho, empieza a ser habitual el decir que verla abre el apetito, quizá debido a esos primeros planos sobre la elaboración de los dorayakis y del anko. Aunque no sólo nos habla de gastronomía sino también de relaciones humanas: de cómo las distintas generaciones deben hacer un esfuerzo para el entendimiento, sobre todo de los más jóvenes hacia los mayores. Es gracias a la anciana Tokue (Kirin Kiki) que se obra una transformación en Wakana (Kyara Uchida, nieta de la actriz en la vida real) y de un modo especial en Sentarô (Masatoshi Nagase).

La lección de tolerancia, de humildad, de savoir faire que les regala enriquece, y en mucho, sus respectivas vidas. Y también las nuestras: espectadores de excepción de unos referentes culturales alejados de los tópicos al uso sobre lo que es el mundo asiático y, en particular, la sociedad japonesa.



jueves, 29 de diciembre de 2016

Los valientes andan solos (1962)




Título original: Lonely Are the Brave
Director: David Miller
EE.UU., 1962, 107 minutos



Western crepuscular, como se suele decir en estos casos, Lonely Are the Brave se encuentra en la misma línea temática que The Misfits de Huston: la de aquellos viejos cowboys que se resisten a aceptar que el progreso ha acabado con el mundo tal y como ellos lo conocieron. Lo cual los convierte en héroes románticos, admirables por su fidelidad a los ideales que encarnan, pero a la vez patéticos por lo desigual de una guerra que tienen perdida de antemano.

El John W. "Jack" Burns que Dalton Trumbo escribió para Kirk Douglas es uno de esos personajes que marcan época: independiente, generoso, aguerrido... vive al margen de los convencionalismos sociales porque su horizonte vital no se detiene ante las leyes que constriñen al individuo. Para él no hay fronteras entre estados ni obligaciones más allá de cuidar de su yegua Whisky. Y hacerse arrestar con tal de sacar de prisión a su mejor amigo, encarcelado, a su vez, por ayudar a los inmigrantes ilegales mejicanos. Tan amigos son que hasta parecen compartir la mujer (Gena Rowlands).



Quizá para subrayar el carácter crepuscular de la historia se optó por añadirle a la misma elementos de tipo humorístico que ayudasen a rebajar la percepción de que Los valientes andan solos narra exclusivamente la huida de un forajido. Son los años sesenta y ya nadie parece tomarse en serio los westerns. Por eso tanto el sheriff que interpreta Walter Matthau como su ayudante tienen, en ese sentido, la función de entretener al espectador con su torpeza y meteduras de pata, contribuyendo a crear la ilusión de que Jack podrá zafarse de las autoridades por más que utilicen un helicóptero para perseguirlo a través de las montañas.

Pero cualquier atisbo de esperanza se acabará diluyendo bajo la lluvia torrencial del desenlace. Jack Burns, todo nobleza, no podía tener un final noble porque el Oeste hace tiempo que dejó de serlo: que él y Whisky sean arrollados por un tráiler que transporta retretes es la metáfora, burda, que simboliza hasta qué punto han cambiado las cosas: "los héroes clásicos han ido finalmente a pasearse en el Callejón del Gato" y allí se darán la mano la mala estrella del viejo cowboy y la tragicómica desesperanza del ciego Max Estrella. Como dice Valle-Inclán en Luces de Bohemia, los espejos cóncavos y convexos arrojan ahora una imagen deformada de lo que en tiempos hubiera sido un final de tragedia.

Los valientes andan solos (1962)

Las inocentes (2016)




Título original: Les innocentes/Niewinne/Agnus Dei
Directora: Anne Fontaine
Francia/Polonia, 2016, 115 minutos

Las inocentes (2016) de Anne Fontaine


Tras el éxito de películas como Ida (Pawel Pawlikowski, 2013) o La religiosa (Guillaume Nicloux, 2013) nos llega ahora Las inocentes, coproducción francopolaca ambientada en un convento de monjas justo al acabar la IIª Guerra Mundial. Curiosamente, se da la circunstancia de que la actriz Agata Kulesza, que en Ida interpretaba el personaje de Wanda, es ahora una madre abadesa con enormes dificultades para saber gestionar una atroz situación que la desborda.

Porque en ese convento son muchas las novicias que han quedado embarazadas de resultas de las crueles violaciones a las que se han visto sometidas, de forma sistemática, por parte de soldados soviéticos. Inmenso dolor al que habrá que añadir la rigidez de unos preceptos que acabará derivando, en no pocas de ellas, en complicados casos de conciencia de muy difícil solución. Porque fe y maternidad no eran, a priori, realidades compatibles para dichas mujeres.



En una encrucijada similar se encuentra la joven doctora francesa Mathilde Beaulieu (interpretada por Lou de Laâge), teniendo en cuenta que el código deontológico de los profesionales de la medicina puede llegar a ser tan o incluso más estricto que el de las propias religiosas. De hecho, como facultativa de la Cruz Roja, Mathilde está obligada a atender únicamente a los ciudadanos franceses supervivientes de los campos de exterminio nazi. Con lo que al implicarse en el auxilio de las hermanas benedictinas también está, de alguna manera, faltando a sus "votos".

Es, en definitiva, Las inocentes una película muy de mujeres, de camaradería femenina frente a la adversidad. A decir verdad, los papeles masculinos quedan relegados a simples comparsas: el doctor judío Samuel (Vincent Macaigne), el Coronel (Pascal Elso)... son apenas los únicos hombres con un rol más o menos relevante que intervendrán (amén de los rudos soldados rusos, cuya aparición en pantalla es meramente puntual).


miércoles, 28 de diciembre de 2016

Camino de la horca (1951)












Título original: Along the Great Divide
Director: Raoul Walsh
EE.UU., 1951, 88 minutos

Camino de la horca (1951)

Western de itinerario, el primero en el que participó Kirk Douglas, Along the Great Divide plantea una situación típica del género: la del oficial que aspira a hacer cumplir la ley cueste lo que cueste. El Marshal Len Merrick es, en ese aspecto, un hombre inquebrantable, lo cual no es óbice para que en determinados momentos se hagan evidentes algunas fisuras en su carácter aparentemente férreo. Basta que el viejo Timothy 'Pop' Keith (Walter Brennan) se pongo a canturrear una vieja melodía para que, de repente, le cambie la cara. Estamos, por tanto, frente a un hombre con un pasado, marcado por la muerte de su padre (quien solía cantar precisamente esa canción).

Es esta profundidad psicológica del personaje encarnado por Douglas lo que confiere interés a una película como Camino de la horca, y no el desafortunado uso del zoom que en repetidas ocasiones lleva a cabo Raoul Walsh.

Hasta en dos ocasiones se verá Keith con la soga al cuello

Santa Loma es la meta a la que el grupo deberá llegar, a pesar de las inclemencias del clima y del desierto; a pesar de que los Roden pretendan tomarse la justicia por su mano. Contra viento y marea, el objetivo de este hombre será que un tribunal dictamine si realmente el viejo Keith es culpable o no. Aunque nadie parezca agradecérselo.

Con todo, y a pesar de los muchos obstáculos que se interponen a lo largo de la travesía, acabará naciendo el amor entre Merrick y la arisca Ann (Virginia Mayo), para felicidad de la pareja y "aflicción" del cascarrabias ladrón de ganado, que ve así cómo un miembro de la ley entra a formar parte de su familia, con lo que la historia finaliza con un punto de humor.

Raoul Walsh (primero por la derecha) en una pausa del rodaje

Solos en la madrugada (1978)




Director: José Luis Garci
España, 1978, 108 minutos

Solos en la madrugada (1978) de Garci


Si ayer hablábamos de la reciente Rumbos, en la que Julia Otero tiene un protagonismo especial como locutora de un espacio radiofónico nocturno, la casualidad ha querido que hoy comentemos un filme en el que también se rinde homenaje al mismo medio de comunicación (hay, de hecho, una escena en la que aparecerán fugazmente leyendas de la radio como Bobby Deglané y José Luis Pecker).

Acartonada y un tanto lenta como todas las películas de Garci, Solos en la madrugada hacía balance de la educación sentimental de una generación, la de los nacidos en los cuarenta, en el momento crucial de la transición democrática. En ese sentido, se trataba de una peli con trasfondo político; de tetas (pero sin pasarse: había que ser progre y a la vez hacer alguna concesión al destape imperante); de póster del PCE y postureo izquierdista; de letras (muchas letras) por pagar; de cigarrillo perpetuo; de un Pepe Sacristán escuchimizado y luciendo pantalón de campana en representación del españolito medio, pero que se crece ante el micro con el emotivo discurso final, un poco a lo Chaplin en El gran dictador. En resumidas cuentas: la culminación de la tercera vía, pese a que en esta ocasión el productor ya no fuese José Luis Dibildos sino González Sinde.

De todo lo cual se infiere que a día de hoy la película se ha convertido, tal vez sin pretenderlo, en un documento histórico de primer orden para conocer un momento decisivo de la sociedad española. Sus protagonistas (José Sacristán y Fiorella Faltoyano) ya habían intervenido en Asignatura pendiente, el filme anterior de Garci y su debut como director de largometrajes. Ahora se unía a la terna Emma Cohen, en el papel de la desinhibida Mayte. Sí: porque de eso precisamente trata Solos en la madrugada: de pasar página; de superar complejos; "porque no podemos pasarnos otros cuarenta años hablando de los cuarenta años..."

martes, 27 de diciembre de 2016

Rumbos (2016)




Directora: Manuela Burló Moreno
España, 2016, 93 minutos

Rumbos (2016) de Manuela Burló Moreno


Parece lógico que una película coral, cuya acción transcurre simultáneamente en distintos lugares de Barcelona, lleve por título Rumbos: son los caminos de cada personaje, destinados a converger en un mismo punto. Aunque, a decir verdad, no todas las historias merecen la misma credibilidad. Y no lo decimos por Pilar López de Ayala (Lucía) y Miki Esparbé (Iván), que están muy bien en su rol de pareja con crisis repentina (a él le da por decir que Lucía no está realmente enamorada, que parece que todo le da igual...) Con ellos cae la primera ficha de un dominó cuyas consecuencias repercutirán a lo largo y ancho de toda la ciudad.

Pilar López de Ayala (Lucía): compuesta y sin novio

En cambio, a Karra Elejalde haciendo de taxista enamoradísimo de su mujer como que no... Con esa cara de sátiro que va muy bien para personajes con apellido vasco, pero que aquí... Que no, que no me lo creo: ya está. Y podríamos decir lo mismo de Ernesto Alterio haciendo de conductor de ambulancia: son actores a los que estamos tan acostumbrados a verlos en papeles de cínico que, de repente, escucharlos decir cursiladas romanticonas con cara de cordero degollado nos suena a chiste. El problema es que hablan en serio...

Aunque, volviendo a lo que es estrictamente la película, hay que señalar que nos ha recordado un poco, salvando las distancias, claro, a la Babel que González Iñárritu firmó (y filmó) hace ya diez años. Sólo que, en vez de a escala planetaria, los hechos suceden a escala barcelonesa. Por otra parte, es muy original diversificar una historia para que la acción se desarrolle en un taxi, un autobús, una ambulancia, un camión y dos turismos (¡vaya hombre: se han dejado la moto...!) Con esos planos aéreos nocturnos rodados mediante dron que hacen que la peli gane en intensidad dramática. Y la voz de Julia Otero sonando en la radio de madrugada como nexo en el que se engarzan las diferentes tramas. Mola.

En cuanto a lo de Carmen Machi como prostituta de carretera que se zampa una caja de bombones derretidos en la cabina de un tráiler, no acabamos de tener una opinión del todo formada: habrá quien diga que la actriz está soberbia (y tendrá razón) y habrá quien considere que la situación, con un Fernando Albizu coladísimo por ella, y, sobre todo, su desenlace carecen de verosimilitud (y también será un poco cierto). Así que mejor no pronunciarse al respecto y que cada cual opine lo que quiera.


lunes, 26 de diciembre de 2016

2 cuentos para 2 (1947)




Director: Luis Lucia
España, 1947, 81 minutos

2 cuentos para 2 (1947) de Luis Lucia


A simple vista, se diría que 2 cuentos para 2 es una de tantas comedias de los años cuarenta. Y aunque en puridad ello sea bastante cierto, no está de más llamar la atención sobre un par de detalles. En primer lugar, esta película supuso el primer papel protagonista para Tony Leblanc, aquí un modesto y apocado operario de joyería que responde al nombre de Jorge, así como el debut cinematográfico de Manuel Alexandre, quien interpreta a uno de los policías que atienden al anterior cuando éste se encuentra detenido en comisaría. Y, por otra parte, su realizador (Luis Lucia) contó con la ayuda de Rovira Beleta como auxiliar de dirección.

Manuel Alexandre (el primero empezando por la derecha).
En el centro, Tony Leblanc

Hay algo de chaplinesco en 2 cuentos para 2, no sólo por la partitura que a la sazón compusiera el maestro José Ruiz de Azagra sino también por el hecho de que la pareja protagonista sueña con abandonar las estrecheces económicas que atraviesan en sus respectivos empleos para pasar a habitar una enorme y lujosa mansión. Curioso paralelismo con lo que anhelan Charlot y Paulette Goddard en Tiempos modernos. La diferencia, sin embargo, estribaría en que ni Jorge ni Berta son vagabundos y, además, se acaban saliendo con la suya.

Igualmente llamativo es el hecho de que Carlota Bilbao interpretase a dos personajes simultáneamente, Berta e Isabel, algo que ya había ensayado Benito Perojo con Imperio Argentina en Goyescas (1942). Ello generará no pocos equívocos al ser confundida una joven con la otra. Pero a la manicura en cuestión le sobra el empuje que le falta a su novio, si bien Jorge no dudará en propinar un puñetazo a un individuo en el baile con tal de que ella lo tenga en más consideración, aunque eso implique que ambos acaben detenidos en un calabozo.

Carlota Bilbao y Tony Leblanc

Por su aire de sofisticación, 2 cuentos para 2 entronca con otras producciones Cifesa de la época que pretendían emular el estilo del cine al uso en Hollywood. Nos estamos refiriendo a películas como por ejemplo Ella, él y sus millones, dirigida tres años antes por Juan de Orduña y en la que también intervenía Pepe Isbert en un papel secundario. En esta ocasión el genial actor es Gordón, un acaudalado banquero que terminará ayudando a los jóvenes a realizar su sueño.

Lejos de todo realismo, Gordón, Jorge y Franklin Perry (Eduardo Fajardo) actuarán como improvisados reyes magos con la finalidad de dar una sorpresa mayúscula a Berta comprando todo tipo de productos de lujo con los quince millones de dólares que su novio ha heredado de un amigo fallecido en América. Cine de evasión en toda regla, la novela de José Mallorquí Figuerola en la que se basó el guion (El despertar de Cenicienta) ya planteaba un mundo rosa en el que todo era posible.

Fajardo, Lajos, Bilbao e Isbert

El ciudadano ilustre (2016)




Directores: Gastón Duprat y Mariano Cohn
Argentina/España, 2016, 118 minutos

K A F K A  en  la  Pampa

El ciudadano ilustre (2016)


Además de futbolistas (y un papa), la Argentina ha dado al mundo grandes escritores: desde Borges hasta Cortázar, pasando por Sábato, Bioy Casares, Roberto Arlt y tantísimos otros. Ni uno solo, sin embargo, fue jamás premiado con el Nobel de literatura, de lo que se deducen dos cosas: la primera, que los gustos del jurado sueco dejan mucho que desear; la segunda, que no debe de ser tan prestigioso un galardón con el que se desaprovechó la oportunidad de laurearlos a todos ellos...

Sea como fuere, los directores Gastón Duprat y Mariano Cohn han querido partir de la premisa de que por fin un compatriota obtenía dicho merecimiento para la concepción de una película que es a la vez tremendamente lúcida y sobrecogedoramente corrosiva. En El ciudadano ilustre, Daniel Mantovani es el desgraciado agraciado (valga la paradoja redundante): agraciado con el insigne premio y desgraciado por la inesperada espiral de acontecimientos que desatará su visita a Salas, el pueblo que lo vio nacer y del que llevaba cuarenta años ausente.

Como ocurría en After Hours de Scorsese (Jo, ¡qué noche!, 1985) y en tantas películas de similar estructura, el literato protagonista (genialmente interpretado por Óscar Martínez) se verá inmerso en una vorágine cada vez más intrincada, pero que había arrancado del modo en apariencia más inocente: recibir el modesto homenaje que le brinda la municipalidad de Salas nombrándolo hijo predilecto de la villa. Sin embargo, poco podía imaginar el afamado Mantovani, residente en Barcelona desde hace décadas, que las cosas llegarían a complicarse hasta alcanzar una magnitud catastrófica.

Pueblo pequeño / Infierno grande

Viendo El ciudadano ilustre es fácil que a uno le vengan a la mente aquellas comedias negras que el cine español alumbró allá por los años sesenta y setenta. Lo que un Marco Ferreri o un García Berlanga dijeron de este país bajo el franquismo a partir de la mordacidad contenida en los guiones que para ellos escribiera Rafael Azcona. Pues bien: esa misma visión ácida, dentro de la más genuina tradición kafkiana, es aplicable ahora a la realidad argentina, merced a la inteligencia de la que ha sabido dotar a la historia y a los diálogos Andrés Duprat.

Son muchas las escenas memorables que contiene el filme: cómo se puede utilizar un libro con tal de sobrevivir en una situación de emergencia; la historia de los dos hermanos gemelos enamorados de una pelirroja; el concurso de pintura de cuyo jurado forma parte Mantovani; la entrevista en la televisión local; Roque imitando el grito del chancho... Y en todas ellas se halla presente la misma perspicacia respecto a los dos temas de fondo: por una parte, el mostrar el anquilosamiento de la sociedad argentina a través de una pequeña ciudad de provincias; por otra, la reflexión acerca de lo que representa hoy día ser escritor, ligado a la vez a la absurdidad de la fama y a cómo se pasa de héroe a villano en cuestión de segundos.

Hacía tiempo que un servidor no salía tan entusiasmado de una sala de cine. Por su sólido armazón dividido en capítulos, como si de una novela se tratase; por lo bien resuelto que está el desenlace; por la coherencia del discurso; en definitiva, por la credibilidad que alienta en los personajes y en las situaciones, puede considerarse a este Ciudadano ilustre como lo mejorcito que nos ha aportado el 2016.


sábado, 24 de diciembre de 2016

Muerte en primavera (1965)




Director: Miguel Iglesias

España, 1965, 76 minutos

Muerte en primavera (1965) de Miguel Iglesias


Se terminó 2015 (y a punto está de acabar 2016) sin que nadie se acordase del centenario del cineasta barcelonés Miguel Iglesias. Quizá porque su fallecimiento en 2012, a los 96 años de edad, aún estaba reciente; quizá porque nunca pasó de dirigir películas que podrían catalogarse como de Serie-B; quizá porque en este país se nos da muy bien ningunear a propios y a extraños. Vaya usted a saber...

Lo cierto es que el azar nos ha llevado hasta una de las películas que Iglesias filmó a mediados de los sesenta: el policíaco Muerte en primavera (1965). Por el título parece una peli de los hermanos Cohen, aunque en realidad se rodó a medio camino entre Palamós, Arenys y Sant Pol de Mar y contó con Paco Morán (cuando aún era Francisco) y Mónica Randall como pareja protagonista. El resto del reparto lo completaban Carlos Lemos en el papel de teniente de la policía portuaria, Óscar Pellicer como Carlos, el atractivo joven de vida disoluta que muere acribillado en el interior de su yate en la primera escena, y la rusa Yelena Samarina haciendo de italiana alcoholizada.

La estructura de Muerte en primavera (cuyos diálogos fueron escritos por el dramaturgo Jaime Salom) es la típica de filmes ya clásicos como Con las horas contadas (D.O.A., 1950) de Rudolph Maté: se comienza con un crimen y el resto de la historia consiste en un largo flashback para intentar averiguar sus causas. Sólo que aquí las digresiones son dos: una a cargo de Miguel (Morán) y la segunda en boca de Isabel (Randall). Y en ambos casos reconstruyendo los hechos día a día, entre el 21 y el 25 de marzo. Hasta llegar finalmente al desenlace el día 26, coincidiendo con los últimos diez minutos de metraje.

Sucesivamente se irá pasando del punto de vista de uno a otro, con los cambios y sorpresas que ello conlleva, pues, pese a que Miguel comience acusándose de la muerte de Carlos, será necesario que el teniente Ruiz prosiga con los interrogatorios y demás pesquisas hasta saber quién apretó realmente el gatillo.


viernes, 23 de diciembre de 2016

Memòrias d'Arièja : sauvegarde et transmission de la tradition orale occitane dans le département de l'Ariège (2014)




Título en español: Memorias de Ariège: salvaguardia y transmisión de la tradición oral occitana en el departamento de Ariège
Directores: Christian-Pierre Bedel y Rémy Pech
Francia, 2014, 60 minutos



Segunda sesión del curso sobre cine occitano que organiza el CAOC (Cercle d'Agermanament Occitano-Català). En la tarde de hoy hemos tenido ocasión de ver un fragmento de una hora (la duración íntegra del documental es de 108 minutos) de Memòrias d'Arièja: recopilación de diversos testimonios sobre tradiciones locales en el marco de la preservación del patrimonio oral de aquel territorio, comprendido aproximadamente entre Puigcerdà y Toulouse.

Sucesivamente, los informantes describen sus vivencias de infancia y juventud a propósito del carnaval, Navidad y otras festividades señaladas del calendario. También hay lugar para hablar de cómo el oso o los lobos merodeaban por aquellos parajes, poniendo en peligro a las vacas. O de la nula presencia del occitano en las aulas, pese a ser el patois y no el francés la verdadera lengua viva en la vida cotidiana de muchos de ellos.

¡A mí la Legión! (1942)











Director: Juan de Orduña
España, 1942, 78 minutos



El cine de cruzada que se gestó durante la inmediata posguerra suele presentar una serie de elementos comunes, siendo los más habituales la exaltación patriótica en clave fascista, la apología del militarismo o la defensa a ultranza de los valores tradicionales. De todos ellos se da cumplida cuenta en ¡A mí la Legión!, producción Cifesa protagonizada (como fue habitual en la mayoría de películas de propaganda franquista) por Alfredo Mayo, quien interpreta a un aguerrido legionario de la 4ª Bandera que se hace llamar El Grajo.

El guion, obra del futuro director Luis Lucia sobre un argumento de Jaime García Herranz y el actor Raúl Cancio (que aquí no actúa), presenta el curioso caso de un tal Mauro (Luis Peña), joven apuesto del que poco o nada se sabe y que se alista directamente en la Legión tras su llegada al norte de África. Enseguida hará buenas migas con El Grajo y con Curro (Miguel Pozanco), un andaluz con funciones de donaire que siempre tiene en la boca expresiones del tipo: "¡Viva el Tercio y que se mueran los feos!"

Los tres, en compañía de la atractiva cantinera Leda (Pilar Soler), saldrán una noche de juerga. Pero con tan mala fortuna que Mauro es acusado de haber matado a un hombre de un navajazo. A partir de ese momento, sus amigos se esforzarán en demostrar la inocencia del muchacho, lo cual no será nada difícil teniendo en cuenta que el verdadero culpable era un judío "traicionero" que por allí pasaba: como se ve, lo del contubernio judeo-masónico valía para todo, hasta para salvar al héroe de una película.

Isaac Leví, el judío traicionero

Pero no acaban ahí las sorpresas, no: en el tramo final se sabrá que Mauro era en realidad el heredero del trono de Eslonia, un imaginario reino centroeuropeo, y que su verdadero nombre es Osvaldo. Si huyó de sus obligaciones principescas fue a causa de un amor imposible por una mujer que no pertenecía a la nobleza. Diez años después de haberse conocido en Marruecos, El Grajo llegará a Eslonia en julio del 36 como agente en una misión secreta, sin saber que el monarca y objetivo del atentado que se está preparando es su antiguo camarada...

La visión que se da de la aristocracia en ¡A mí la Legión! persigue claramente la finalidad de ridiculizar a la corona, lo cual debe entenderse en función de la realidad sociopolítica que se vivía en España tras finalizar la guerra civil: presentando la vida en palacio como un irrisorio cúmulo de solemnidades protocolarias de las que hasta el propio Osvaldo reniega para volver a ser Mauro y enrolarse de nuevo en la Legión se estaba justificando, indirectamente, el Alzamiento nacional.


jueves, 22 de diciembre de 2016

La línea del cielo (1984)




Director: Fernando Colomo
España, 1984, 83 minutos

La línea del cielo (1984) de Fernando Colomo


Nos queda la duda de si Gustavo, el fotógrafo interpretado por Antonio Resines en esta película, es tonto o se lo hace: probablemente las dos cosas. Porque mira tú que ir hasta Nueva York, lograr hacer contactos hasta conseguir lo más difícil, que es que alguien se interese por unas fotos que carecen de aliciente, y marcharte justo antes de cosechar el primer éxito... Tonto y gafe, sin duda. Porque no sólo se le escapa el trabajo por falta de paciencia, sino también el amor (y eso ya es más grave...)

En todo caso, y al margen de bromas y del mínimo argumento, lo interesante en una producción como La línea del cielo es el hecho de que el director Fernando Colomo filmase en la ciudad de los rascacielos dejando la jirafa del micrófono a la vista en algún plano, a lo John Cassavetes, y sin actores profesionales (a excepción de Resines y de su bigote), lo cual confería al conjunto un simpático aire semidocumental, resaltado aún más, si cabe, gracias a las canciones de Manzanita incluidas en la banda sonora.

También merece la pena ver al hoy director Whit Stillman (estrenó hace pocas semanas Love & Friendship / Amor y amistad) interpretando un breve papel: el del circunspecto agente artístico Thornton, que deberá mover las fotos de Gustavo por las revistas más importantes de Nueva York.

Lo que ya no convence tanto (y llega a cansar un poco, la verdad) es esa insistencia en recrearse en lo mal que habla el inglés el protagonista. Se diría que implícitamente hasta se presume de ello, herencia, tal vez, de aquel humor made in Spain tan a lo Paco Martínez Soria. Desde luego que, en el caso de Gustavo, la ciudad no es para él, ni la chica ni el curro tampoco...

El que nace boquerón no muere sardina...

El bosque petrificado (1936)




Título original: The Petrified Forest
Director: Archie L. Mayo
EE.UU., 1936, 82 minutos

El bosque petrificado (1936)

Et, ce qui est plus, quand la douleur au sujet de moi s'accroche
Grâce à la Fortune ou la fumée de la jalousie,
Votre doux œil doux bat ses menaces
Comme le vent souffle: une telle puissance se trouve dans votre œil.
Ainsi dans votre champ ma semence de récolte
Prospère, car le fruit est comme moi que je me suis mis;
Dieu me propose de la soigner avec une bonne éducation;
C'est la fin pour laquelle nous deux nous sommes rencontrés.
François Villon

Antes de ser llevada al cine por Archie Mayo, la obra teatral The Petrified Forest de Robert E. Sherwood había triunfado un año antes en Broadway con prácticamente el mismo elenco de actores. De hecho, tanto Leslie Howard como la entonces jovencísima Bette Davis ya habían coincidido en Cautivo del deseo (Of Human Bondage, 1934) de John Cromwell. De modo que la Warner se disponía a completar el reparto con Edward G. Robinson, una de sus estrellas más destacadas, para el papel del malo malísimo Duke Mantee. Pero fue entonces cuando Leslie Howard ejerció sus derechos de representación de la pieza para imponer a Bogart, entonces en los inicios de su carrera.

El bosque petrificado no puede negar sus orígenes teatrales, ya que la práctica totalidad de la acción tiene lugar en el espacio cerrado de un bar de carretera: el Bar-B-Q. Allí trabaja Gabrielle Maple (Davis), una camarera soñadora que lee los versos de Villon para evadirse de la triste realidad que la rodea. Por eso, su sueño de viajar algún día a Francia se verá reforzado con la llegada de un desconocido que responde al nombre de Alan Squier (Howard). Éste es un intelectual desengañado que, pese a sus refinadas maneras, no tiene ni un centavo. Aunque ello parecerá inspirar la compasión de la muchacha, quien no sólo no le cobra lo consumido sino que además le dará una moneda de un dólar.

Pero todo se complicará con la llegada de una peligrosa banda de gánsteres liderada por un diabólico individuo (atención a los cuernos del tocado indio colgado en la pared justo detrás de la cabeza de Mantee...) y que retendrá a los personajes como rehenes en el interior del local. Se inicia entonces un largo período de tensión que Squier comparará con la que se respira en las páginas de Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque. De todas formas, para Squier está bastante claro cómo actuar en un caso así, máxime si no tiene en gran estima a su propia vida...


martes, 20 de diciembre de 2016

El discípulo del diablo (1959)




Título original: The Devil's Disciple
Directores: Guy Hamilton y Alexander Mackendrick
Reino Unido/EE.UU., 1959, 83 minutos

El discípulo del diablo (1959)


El pasado 20 de abril fallecía en Mallorca, a los 93 años de edad, el director Guy Hamilton, célebre por haber sido el responsable de varios títulos de la saga James Bond, entre los que destacan Diamantes para la eternidad (1971) o Vive y deja morir (1973). Mucho antes de eso, sin embargo, Hamilton había dirigido The Devil's Disciple, un interesante filme en blanco y negro, basado en la obra homónima de Bernard Shaw a propósito de la Guerra de Independencia americana, en el que, según parece, también intervino Alexander Mackendrick, aunque no figure en los títulos de crédito.

Vehículo para el lucimiento del trío de actores formado por Kirk Douglas, Burt Lancaster y Laurence Olivier (los dos primeros fueron, además, coproductores ejecutivos), El discípulo del diablo contaba con un ingenioso batallón de soldaditos de plomo para mostrar sobre el mapa las evoluciones de las tropas de uno y otro bando.



En lo esencial, la trama se centra en el cínico Richard Dudgeon (Douglas) y el puritano reverendo Anthony Anderson (Lancaster). Cuando el segundo de ellos, casto varón de conducta irreprochable, interceda en favor del padre de Richard, contraviniendo el dictamen oficial, se granjeará las iras de las autoridades coloniales. Pero Dudgeon no dudará en hacerse pasar por Anderson cuando vienen a detener al ministro presbiteriano, acción que motiva que la esposa del religioso (Janette Scott) caiga rendida a sus pies a partir de ese momento y que el prelado se acabe convirtiendo en un revolucionario más.

Durante el posterior juicio, Dudgeon hará gala de su fina ironía frente a los toscos ingleses, dejando en evidencia a los hombres del General Burgoyne (Olivier) incluso cuando tenga la soga al cuello: huelga decir que en el último minuto se salvará de morir ahorcado.

Olivier, un caballo, Douglas, Scott y Lancaster

lunes, 19 de diciembre de 2016

Habla, mudita (1973)




Director: Manuel Gutiérrez Aragón
España/Alemania, 1973, 83 minutos

Habla, mudita (1973) de Gutiérrez Aragón


El debutante Manuel Gutiérrez Aragón tomó la coctelera. La abrió despacio, con sumo cuidado, e introdujo en su interior el Pygmalión de George Bernard Shaw (tal vez, no teniendo nada mejor a mano, se conformó con cualquiera de sus sucedáneos fílmicos). Lo regó todo con una buena dosis del Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita y añadió, por último, unas cuantas gotas de El pequeño salvaje de Truffaut. Como la mezcla era explosiva, y él lo sabía, la agitó suavemente (aunque algunas versiones difieren al respecto de este particular) y sirvió su contenido bajo el título de Habla, mudita. Corría el año 73...

Quien conozca la historia de las serranas narrada por Juan Ruiz se acordará sin duda de ellas en la escena en la que el mudo (Paco Algora) es perseguido y casi despojado de su ropa por Margarita y otras amigas suyas. Si el espectador sabe de lo acontecido entre el doctor Itard y el agreste Víctor es forzoso que piense en ellos cuando Ramiro (José Luis López Vázquez) se afana en enseñar a articular algún sonido inteligible a la inocente mudita (Kiti Mánver), que ni se apellida Doolittle ni vive en Sevilla (aunque la abundante lluvia de los parajes cántabros en los que se rodó la película sea una maravilla).

En apariencia, el guion que escribieron conjuntamente José Luis García Sánchez y el propio Gutiérrez Aragón pretendía hacer hincapié en el atraso secular de las recónditas aldeas montañosas ancladas en una eterna Edad Media. Aunque, tratándose de un filme estrenado en las postrimerías del franquismo, es fácil pensar que la velada intención de los autores era plasmar un microcosmos que fuese metáfora de la sociedad española del momento: un país más amordazado que mudo y en el que la barbarie se acaba imponiendo sobre "los pocos sabios que en el mundo han sido". 

En ese aspecto, la tragedia de Ramiro es la misma que padecieron quienes se atrevieron a intentar abrir los ojos de sus conciudadanos a través de la lucha política en la semiclandestinidad. No en vano, resulta curioso que apenas tres años después, con la incipiente llegada de la democracia, el grupo Jarcha popularizase la canción "Habla, Pueblo, habla", en clara alusión al título de esta peli.


domingo, 18 de diciembre de 2016

Juegos de familia (2016)




Directora: Belén Macías
España, 2016, 94 minutos

Juegos de familia (2016) de Belén Macías


Tras debutar en el largo con El patio de mi cárcel (2008) y continuar en 2014 con Marsella, la tarraconense Belén Macías vuelve de nuevo a la carga, en esta ocasión dirigiendo una comedia familiar muy a la francesa: Juegos de familia. Quien esté más o menos al tanto del cine comercial que se hace últimamente al otro lado de los Pirineos a buen seguro que sabrá reconocer no pocos de sus elementos en esta película. Esa música incidental tan de cartoon, el matrimonio burgués en horas bajas, el hecho de ubicar la acción fuera de la capital (en Valencia, concretamente)… Todo respira un aire inequívocamente galo, lo cual es un acierto si atendemos al éxito del que goza un modelo de cinematografía que sería deseable importar más a menudo.

Escrita por el debutante Juanjo Moscardó Rius, la historia gira en torno a Andrés (Juanjo Puigcorbé) y Carmen (Vicky Peña). Él es un ejecutivo que dejó de sentirse atraído hace tiempo por su mujer. Ella, cansada de ser invisible, abandona el hogar para refugiarse, en compañía de su amante, el peluquero Raúl (Antonio Valero), en la casa que tienen en la playa. Cuando se entere de lo ocurrido, la vida de Andrés dará un vuelco: el trabajo pasa entonces a un segundo plano y hace lo imposible por recuperar a su mujer.



Una segunda trama sigue de cerca las evoluciones del negocio familiar, una empresa de juguetes al borde de la quiebra a punto de ser absorbida por una multinacional alemana. Fundada por el abuelo (Juli Mira), en ella trabajan también el yerno (Andrés) y los nietos: Santi (Sergio Caballero) y Lucía (Mireia Pérez).

Las vidas de éstos, a su vez, serán seguidas de cerca: Abelardo (el abuelo) ve con incredulidad cómo su legado se tambalea, al tiempo que acusa de gay a su nieto Santi por vestir con colores estridentes y por no tener pareja, aunque hace tiempo que tontea con Clara (Marta Belenguer), la camarera del bar que frecuenta junto con Miguel (Ximo Solano), ex de su hermana y compañero de oficina. Lucía, a su vez, es la amante de su jefe: Ferran (Enrique Arce), el catalán encargado de llevar a cabo la absorción por parte de los alemanes.

Unos diálogos brillantes y la presencia del cantautor Paco Enlaluna acaban de darle a Juegos de familia una chispa especial, la misma que destilan las comedias del francés Dany Boon y que tan necesaria sería a veces en nuestro cine.



Bambú (1945)




Director: José Luis Sáenz de Heredia
España, 1945, 94 minutos

"Pobre, limpia y decente"

Bambú (1945) de J.L. Sáenz de Heredia


Superproducción de Suevia Films al servicio de Imperio Argentina, Bambú contenía todos los elementos imprescindibles para lograr captar la atención del autárquico público de 1945: elevadas dosis de evasión a base de "auténticos" decorados cubanos realizados en los estudios CEA de Ciudad Lineal (Madrid), un repertorio de canciones de inspiración antillana compuestas (al igual que el guion) por Joaquín Goyanes de Osés y música incidental nada más y nada menos que a cargo de don Ernesto Halffter (1905–1989). A lo que había que sumar la ambientación del maestro Moisés Simons, más Regino Sainz de la Maza como guitarra solista, la asesoría musical de A. de las Heras, el cuerpo de baile del Teatro Lope de Rueda bajo la dirección de Roberto Carpio y la Orquesta Nacional dirigida por el maestro portugués Pedro de Freitas Branco. ¡Uf...!

Abrumador despliegue que se completaba con un elenco de actores en el que sobresalían Luis Peña como el compositor, reconvertido en soldado, Alejandro Arellano; Fernando Fernán Gómez (Antonio) en su típico rol de galán cómico y una pléyade de secundarios como Alberto Romea (el General don Jerónimo), la oronda Julia Lajos (doña Matilde, esposa del General), una jovencísima Sarita Montiel (Yoyita, hija del General), Nicolás Perchicot (padre del recluta por el que se cambia Alejandro) o Fernando Fernández de Córdoba (el pérfido don Arturo).

Bambú (Imperio Argentina) en pleno candombe

Situada en plena revuelta de los mambises de la manigua, Bambú posee unos diálogos brillantes, repletos de réplicas ingeniosas, como aquella en la que Alejandro, cansado de la cachaza del criado afroamericano del General, pierde los nervios:

MAYORDOMO: ¿Qué nombre me dijo? 
ALEJANDRO: ¡Alejandro Arellano, caramba! 
MAYORDOMO: Dispense: se me había olvidado el segundo apellido...

Antonio (Fernando Fernán Gómez) y Alejandro (Luis Peña)

Un aspecto menos cuidado, en cambio, es el acento con el que se expresan algunos de los personajes, como la muchacha de exótico nombre a la que encarna Imperio Argentina, que en su modo de hablar tiene más de andaluza que de cubana. O el gracioso Antonio, supuestamente malagueño y que no soportará mucho rato la estulticia del anciano erudito que lo requiere como informante, durante el transcurso de una fiesta en la residencia del General, para completar un estudio que prepara sobre "giros y voces" propios del mediodía español: pero resulta que en Málaga a los boquerones los llaman boquerones, al pato lo llaman pato y a don Cleto Suárez el mozalbete lo llama plomo (a lo que el "sabio" queda tan y tan agradecido).

Tiene, por último, Bambú un final apoteósico: Alejandro, en el delirio de la batalla y tras ser alcanzado por una bala, se vuelve a ver dirigiendo una orquesta, la misma que pone música a la escenificación de la vida de su amada. Pero ésta también resulta malherida, con lo que se estrechan las manos de los dos amantes, en un soberbio primer plano final que se anticipa en más de un año al desenlace de Duelo al sol de King Vidor.