miércoles, 22 de julio de 2015

Tristana (1970)




Director: Luis Buñuel
España/Italia/Francia, 1970, 105 minutos


Tristana (1970) de Luis Buñuel


Tras el escándalo que supuso Viridiana en 1961, volvía Buñuel a trabajar en España con una película que posee diversas analogías con la anterior (aparte de la rima fácil de sus respectivos títulos): mismo protagonista masculino (Fernando Rey), de nuevo la atracción obsesiva de un hombre maduro hacia una muchacha joven e inocente con la que comparte parentesco y, como no podía ser menos, elementos de tipo fetichista.

Relacionada con esto último, hay una de las muchas anécdotas que cuenta Buñuel en Mi último suspiro que vale la pena reproducir aquí a tenor de Tristana

"No regresé a Los Ángeles hasta 1972 [...] Un día, recibí de George Cukor una invitación a comer [...] Fue una comida extraordinaria [...] En [un] momento de la conversación, oímos el arrastrarse de unos pasos sobre el parqué. Me volví. Hitchcock entraba en la sala, todo rechoncho y sonrosado, y se dirigía hacia mí con los brazos extendidos. Tampoco le conocía personalmente, pero sabía que en varias ocasiones había cantado públicamente mis alabanzas. Se sentó  junto a mí y, luego, exigió estar a mi izquierda durante la comida. Con un brazo pasado sobre mis hombros, casi echado sobre mí, no cesaba de hablar de su bodega, de su régimen (comía muy poco) y, sobre todo, de la pierna cortada de Tristana: '¡Ah, esa pierna...!' " (Mi último suspiro, traducción de Ana María de la Fuente, Plaza & Janés, Barcelona, 1982, p.190).

Y es que esta película está repleta de imágenes memorables, dignas de impactar incluso al mago del suspense. Como esa cabeza de don Lope convertida en badajo de una campana o el primer plano de Tristana (Catherine Deneuve) mientras suponemos que le muestra sus encantos a Saturno desde el balcón o cuando la joven se inclina sensualmente sobre la estatua mortuoria del Cardenal Tavera.

Otras situaciones chocantes obedecen, sin duda, al capricho surrealista del aragonés. ¿Qué explicación dar, si no, a los dos garbanzos o a las dos calles entre las que debe elegir Tristana? ¿O ese catalán con barretina tan pintoresco al que está retratando Horacio (Franco Nero) en mitad de Toledo?

Buñuel había frecuentado asiduamente dicha ciudad en los años veinte, en compañía de sus amigos de la Generación del 27, así que debió resultarle muy emotivo reencontrarse con tantos paisajes de su juventud. Quizá por ello decidió situar la acción en esa época y en ese lugar y no en el Madrid del siglo XIX como sucede en la novela de Galdós.


Don Lope y el badajo de la campana
Deslumbrando a Saturno
Tristana ante el sepulcro del Cardenal Tavera
Interpretando una pieza de Chopin
La imagen que subyugaba a Hitchcock
El dilema de los garbanzos

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